martes, 17 de febrero de 2009

Fearmongering


Es casi un hecho hablar de que la presente “crisis” es la más grande desde 1929. Un dogma irrefutable, el perdido 23° capítulo del Apocalipsis. Por fortuna, el lavado de cerebro (como diría un famoso columnista, ahora retirado) no llega a todos. Los menos apanicados probablemente sopesan bien los hechos y llegan a conclusiones más certeras.

En una reciente columna en WSJ, Bradley Schiller, profesor de la Universidad de Nevada y autor de "The Economy Today" (2007), plantea que se ha mostrado repetidamente el fantasma de la Gran Depresión. En vez de comparar las actuales condiciones con la década del 30, el autor sugiere considerar los años 1981-1982, en el peor de los casos.

Por ejemplo, consideremos la pérdida de puestos de trabajo (dato que Obama suele citar): en el último año se han perdido 3,4 millones de puestos de trabajo; en el período nov81-oct82 la cifra fue de 2,4 millones. Ambas cifras equivalen al 2,2% de la fuerza laboral. En la Gran Depresión, el mismo número es de otra dimensión: 4,8% de la fuerza laboral en 1930, 6,5% en 1931 y 7,1% en 1932. Desde otro punto de vista, la actual tasa de desempleo de 7,6% es menor al peak de 10,8% de 1982 y muy por debajo del 25,2% registrado en 1932. Sin comentarios.

Otras estadísticas que cita Mr. Schiller es que el PIB estadounidense creció 1,3% en 2008, a pesar de un mal cuarto trimestre. Si bien se estima una disminución de 2% del PIB para este año, ésta sería comparable a la caída de 1982 (-1,9%), muy lejos de lo ocurrido en 1930 (-9%), 1931 (-8%) ó 1932 (-13%). Finalmente, la caída de 25% de la producción de automóviles el año pasado está lejos del 90% visto en 1932. Tampoco el fracaso de un par de docenas de bancos en 2008 con las más de 10.000 quiebras bancarias en 1933, ni la caída reciente de la bolsa con la debacle del 90% de principios del decenio de 1930.

Lamentablemente esta crisis se ha dado en un contexto político en que hay un cambio de Gobierno en el principal motor de la economía mundial. Políticamente parece razonable magnificar los hechos –para ganar votos- y luego salir “haciendo cosas”, presionando para aprobar planes de rescate. Este tipo de política basada en el temor -fearmongering – tiene un elevado costo en las expectativas, expectativas que precisamente eran el principal capital político el día 1 del nuevo Gobierno.

¿Y cómo andamos por casa? Parece que muchos economistas, analistas, políticos, periodistas y opinólogos varios se han contagiado con esta perjudicial forma de analizar los hechos, donde cada penosa estadística se convierte en precursor de la fatalidad. Al final la gente se termina creyendo el cuento.

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