martes, 29 de julio de 2008

La zanahoria y el garrote


Un viejo cuento popular señala que para hacer mover a un burro no basta solamente con golpearlo con un garrote. Resulta más efectivo si, además, existe el incentivo para hacerlo: una zanahoria.

La motivación está estrechamente relacionada con el incentivo. De hecho, directa o indirectamente, todas las teorías relativas a esta materia incorporan la “zanahoria” en sus análisis. Incluso más: un destacado economista señaló que si tuviera que definir la palabra economía en un solo concepto, éste sería incentivos.

Se plantea que donde la zanahoria ejerce un mayor poder es en los incentivos no monetarios. Un bajo salario, por ejemplo, puede ser un factor que desmotiva, pero no necesariamente logra el efecto contrario si éste se corrige (factores “higiénicos” lo llaman algunos), especialmente en trabajos con mayor grado de calificación.

En efecto, perfectamente se podría dar que al despejar todos los factores higiénicos, el desempeño mejore, pero no lo esperado. Incluso se podría llegar a tener la paradójica situación que el burro tenga más zanahorias que otro similar de algún corral vecino (léase empresa equivalente), pero aún así no se mueva. En la práctica, también es necesario el olvidado garrote, bajo la forma de temor saludable a no hacer bien las cosas, que implique un adecuado control y medición de desempeño con sus respectivas consecuencias: "Tequel".

viernes, 18 de julio de 2008

El más grande


¿Cómo medir la grandeza de un hombre? ¿Por su genio militar, por su desarrollo en las ciencias, por su aporte a la sociedad? Probablemente un común denominador, aunque imperfecto, es la inteligencia. Pero tal como existen varios tipos de inteligencia, resulta casi imposible medir la grandeza de un hombre de tal manera que nos dé cierto “valor absoluto”, posible de ser comparado con otro.

Y es lo que se pretende hacer en la serie grandes chilenos de TVN. En forma impecable, Alfredo Jocelyn-Holt expuso en una columna (La Tercera, 13 de julio) que preguntas tales como ¿Arturo Prat: más grande que Lautaro? resultan simplemente absurdas. Para qué hablar de la metodología en que se eligieron a los diez galardonados, donde no aparecen, por ejemplo, Bernardo O’higgins (y otros más, por cierto), quien, con todos sus pro y contra, se destacó más (para no decir fue “más grande”) que varios de los seleccionados, siendo incluso llamado el “Padre de la Patria”. Es cosa de preguntarle a un niño de sexto básico.

Y la guinda de la torta, próximamente el público elegirá al grande de los grandes, el que será digno de tener una estatua en cada plaza pública de Chile, al que toda escuela, calle o centro deportivo querrá nombrar. Esta semana, durante la emisión del primer programa, la carrera la ganaba Arturo Prat, seguido de Salvador Allende. ¡Llame ya! Por eso no creo en la democracia. En todo caso, sería interesante ver al final que dicho ranking lo encabezara alguien estrictamente “popular”, más que “grande”, y ver las conclusiones.

Una segunda derivada: si de grandeza se trata, sí hay uno que fue el más grande de todos los tiempos, más allá de cualquier voto popular… Y no es chileno.

jueves, 3 de julio de 2008

Amaterasu


Hace muchos años atrás, el dios Izanagi se lavó su ojo izquierdo, y así nació la diosa Amaterasu, la diosa del sol. Posteriormente, Susanowo, el dios de los mares extensos, asustó a Amaterasu. Ella se escondió en una cueva rocosa del cielo, cerró la entrada con un peñón, y el mundo quedó sumido en una densa oscuridad.

Los dioses idearon un plan para que Amaterasu saliera de su cueva. Juntaron gallos que con su canto anunciaban cada mañana e hicieron un espejo grande. Entonces la diosa Ama no Uzume empezó a bailar. En su danza desenfrenada se quitó la ropa y los dioses se echaron a reír. Amaterasu sintió mucha curiosidad por toda esa actividad en el exterior, así que se asomó a la entrada de la cueva y ahí se miró en el gran espejo. El reflejo la hizo salir totalmente de la cueva e inmediatamente el dios de la fuerza la tomó firmemente de la mano. “Una vez más el mundo se iluminó con los rayos de la diosa-Sol” (New Larousse Encyclopedia of Mythology). ¿Simple mitología? El emperador Hiro-Hito fue adorado como descendiente de Amaterasu.

Cuando los mongoles atacaron Japón en el siglo XIII, surgió la creencia en el kamikaze (viento divino). Los mongoles atacaron la isla de Kyushu dos veces. A pesar de estar equipados con grandes flotas, fracasaron producto de las fuertes tormentas del lugar. Los japoneses atribuyeron aquellas tormentas o vientos (kaze) a sus dioses (kami). Siete siglos después, toda la nación fue movilizada en la segunda guerra mundial. Muchos pensaban que habría kamikaze para ellos, pero no hubo viento divino. La tragedia de Hiroshima y Nagasaki hizo ver a Hiro-Hito como un simple mortal. La gente se sintió desilusionada y traicionada, comenta la Enciclopedia Nihon Shukyu Jiten.